lunes, 26 de julio de 2010

Se tambalea el suelo, se inclina el color ocre del piso poroso. Estoy creciendo, se me deforma el alma al percatarme de vivir dentro de un engaño.

Para nada estaba perdida en una zona rocosa, desierta, rodeada de cañones secos. Ahora comprendo porque despertaba flotando en medio de una cruel tormenta, despertaba peleando con el agua, nadando con todas mis fuerzas para sobrevivir ganándole a la gula de los remolinos.

Estoy creciendo, la realidad enseña su verdadero rostro, yo era una hada, más pequeña que una luciérnaga. Qué tonta he sido al no mirar mi propia sombra para liberarme de una idea falsa, no era una humana perdida en un paisaje devastado sino una ficción atorada en una hoja seca que nunca cayó del árbol.

Estoy creciendo, no era un árbol sino un arbusto pequeño que decora una de las entradas de un centro comercial, justo al lado del local que ofrece artículos y servicios de esoterismo.

Entonces maldigo, odio, deseo que aquel pintor surrealista se muera. Jamás debí beber la sangre verde de otra hada, ese néctar tan embriagante como el auténtico ajenjo. Lo peor que le puede suceder a una hada es emborracharse con un humano que delira, al menos, es lo más congruente que encuentra para explicar la aparición inesperada de seres fantásticos como meras alucinaciones.

Tres años dura la cruda moral de una hada. La realidad es una amnesia tramposa, una perdida total de identidad. Una abominable hibernación de la magia mientras el cuerpo emula a la perfección el metabolismo de una simple mortal, de esas mujeres violadas a la orilla del bosque, mujeres sumisas en la hambruna de su dignidad extraviada. Mujeres asesinadas que reencarnan como hadas que al recobrar la conciencia recuerdan por equivocación la supuesta aventura con el pintor surrealista que habita dentro de un cuadro. Un cuadro famoso por su belleza anónima, pinceladas que reflejan una habilidad sobrehumana e irreal. Quién sea el autor de dicha obra es un completo misterio.

El misterio, una típica característica del mundo fantástico. Una cotidianidad bastante prescindible. Es la frontera separando a dos realidades inconsciente y profundamente enlazadas.

La frontera es la discriminación que disimula la fragilidad de cada mundo.

Qué importa todo lo dicho hasta ahora, las hadas están felices bailando entre las hojas, desinteresadas por saber sus orígenes. Ese es el codiciado privilegio de la fantasía: vivir libre de preocupaciones.

Ni existen vínculos con el pasado, sólo la eternidad del instante que no para de acontecer.

viernes, 23 de julio de 2010

Ahora bien, la enfadada naturaleza grita y desespera, el no saber que decidir, si es mejor despertar y reir o permanecer en el sueño llorando... No sabe cual es la realidad, solo se encuentra atrapada entre nubes... Sigo cantando y sigo el ritmo de las hojas: 1,2,3...1,2,3... y sigue la lluvia creando un caos en el piso, mis pasos son seguros mientras logre definir si soporto el agua, o el agua me soporta... ya no se nada, lo último que recuerdo fue hace 3 años... estaba ahí... estaba ahí!!, al menos eso era seguro, era la prueba de que había existido, ese recuerdo de las hadas bailando en las hojas : 1, 2, 3... 1, 2, 3... 1, 2, 3...