lunes, 6 de enero de 2020

El tiempo sin las hadas de la loba es una devastadora desolación. Un abismo inasible de nostalgia atroz que mancilla paulatinamente el alma, sin embargo aprendí a sobrevivir en el vacío, aguardando, atesorando el porvenir sin recurrir a la fantasía ni idealizar los momentos no vividos aún.

La ausencia es perfecta, una laboriosa selección de futuros acontecimientos. Un alucinante arte vinícola, solamente se eligen las uvas especiales y el resto recorre senderos que no nos corresponden, este planeta está sobrepoblado de terrenales sin credulidad, ignorantes por su ferviente devoción a la hiperrealidad de los anhelos próximos de cumplirse.

Nuestra pasión es añejada en barricas de roble ancestral. Tanta espera para morir y renacer y reciclar reencarnaciones en escasos instantes pero rebosantes de eternidad. La fugacidad es el mejor regalo. No es nada aguardar el momento apropiado para entregar otra costilla de cordero y desbordar el fuego e incendiar los abismos y brindar con el poderoso licor verde, el néctar del afán cuya culminación se avecina a ciegas... Así es la noche en pleno día, las tinieblas son sempiternas y el sol mera ilusión óptica.

La luna me recuerda que debo verme reflejado en tus ojos mientras aúllas de frenesí.